domingo

LA VENGANZA






UNO

Amanecía. Era un día más en aquellas salvajes tierras, en donde el que volviera a ver la luz del día podía darse por satisfecho. Waco, Texas, pueblo fugaz y maldito. De luchas sin fin. Con las manos crispadas sobre los revólveres, un hombre maduro, de unos cuarenta años, irrumpía en la pradera.

Se encorvó sobre la silla para leer: Waco 6 millas. El jinete picó espuelas a su caballo. Unas prematuras canas teñían de blanco sus sienes.

Desmontó para liar un cigarrillo. Se acercó a una pequeña fuente, donde aplacó su sed el magnífico bayo. Después se irguió sobre el corcel y siguió la marcha. Con la mirada puesta siempre en un punto lejano: Waco.
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- ¡Fuera! No me vales. ¡Otro!

Un pistolero avanzó hacia un hombre que se hallaba sentado en una mesa.

- ¡Prueba tú!

El interpelado desenfundó el arma y disparó hacia una diana.

- Así se hace, acompáñales Stanley.

Philip Timmey y su cuadrilla habían caído sobre Waco como plaga de langosta muchos años atrás. Y nadie había sido capaz de expulsarles del territorio sino, al contrario, cada vez era mayor su poder y su crueldad.

Timmey se levantó de su asiento.

- Bueno, basta por hoy. Se acabó el adiestramiento.

- Timmey, Vera te busca.

- ¿Qué querrá esa muchacha? -preguntó el bandido con gesto de desagrado.

- No hace falta que diga que no está, Timmey -dijo una vigorosa voz femenina. ¡Ha llegado usted a un límite! ¡Basta ya!

- Vamos, vamos, -dijo Timmey con voz de borrachín. -¿Qué te ocurre pequeña?¿Estás enferma?

- No lo estoy y usted lo sabe -continuó la muchacha, -pero tenemos que aclarar ciertos puntos. ¿No le basta con el ganado que ha robado ya? ¿No le basta con haberse apoderado de varios ranchos de la región y ser dueño de todos los saloons? ¿Es que quiere acabar usted con Waco?

Esto último lo pronunció entre sollozos. Vera O’Kane era hija de Filler O’Kane, saboteado por las huestes de Timmey. Su rancho estaba hipotecado, pues Filles, al verse desprovisto de reses, buscó algo con que poder ir resistiendo para que el rancho siguiera adelante.

La hipoteca había vencido y cuando se disponían a depositar el dinero en manos de Timmey, unos bandidos encabezados por un encapuchado se lo arrebató. Por la forma de montar, Vera comprobó que se trataba de mismísimo Timmey.

- Échala de aquí, Stanley, -ordenó Timmey. Si no paga la hipoteca mañana, confiscaremos el rancho.

Vera salió confusa y rabiosa del local. Deseaba acabar con la tiranía de Timmey, pero ¿cómo?

La gente honrada de Waco no se atrevía a competir con la cuadrilla de Timmey, que después de asesinar a sangre fría a Texel, el sheriff de la comarca, había colocado la estrella de cinco puntas en el pecho de uno de sus secuaces.

Vera O’Kane caminaba lentamente por las calles de Waco. Tenía que hacer “algo”. Un “algo” que la condujese a la desaparición de Timmey y los suyos.

DOS

- Fundas muy bajas Simpson, -advirtió un transeúnte, al ver cómo el jinete desconocido atravesaba la calle mayor. -¿Gun-man?

- Quien sabe, contestó John Farrel, alguacil de Waco.

- Hay tantos que bien podría ser, -prosiguió Farrel.

El jinete desmontó de su cabalgadura, y se dirigió al saloon “Wind Fast”.

No fue al mostrador sino que se dirigió hacia una mesa de juego, en donde los tahúres de Timmey exprimían a un incauto.

- Hola muchachos, ¿echamos unas manos?

La voz fue proferida por el desconocido.

- Bien, no hay inconveniente.

Se sentó y dio cartas.

Tex Ritter era el que tenía enfrente de sí. No era un gran jugador, pero era habilidoso en las trampas.

- 200 -comenzó Ritter.

- Voy -asintió el forastero.

- Trío de jotas.

- Full de ases reyes.

El desconocido arrampló con el dinero.

- Esta vez 500 -avanzó Ritter.

- 1.000 -comentó impasible el desconocido.

- Subo a 1.500 -rió sarcástico el pistolero.

- Descubre -acortó su interlocutor.

- Esta vez z perdiste, amigo, -dijo Ritter, mostrando un full de jotas y nueves.

- Ases reyes, -dijo el hombre arramplando de nuevo con el dinero.

“Esa cara, esa jugada…” pensó Ritter.

- ¡¡Rex Howard!! ¡seguro!

La exclamación dejó atónitos a más de una decena de bebedores.

La esperanza de los hombres honrados de Waco,que conocían a Howard sobradamente, sabían que volvería. Su corazonada se vio hecha realidad.

Aunque ya maduro, rayando los cuarenta, al cabo de quince años Howard había vuelto dispuesto a hacer justicia, a hacer una venganza tan necesaria…

Ritter y otros dos se pusieron en pie. Howard les imitó. El local se iba desalojando.

- No nos gustas Howard, -dijo Ritter sarcástico, -la otra vez nos contentamos con darte una paliza, ahora es distinto…

Ritter llevó las manos a las caderas. Los otros le imitaron.
Howard tenía los ojos inyectados en sangre y odio, dispuesto a dar su vida para acabar con aquellos pistoleros bravucones y cobardes.

Sus manos aprisionaron sus culatas, y los revólveres vomitaron plomo casi al unísono. En el pecho de Ritter se dibujó una gran mancha roja. Los otros dos habían sido alcanzados en el corazón y abdomen respectivamente.

Howard había aprendido muchísimo en aquellos últimos años. Ya no era el muchacho de antaño, alegre y despreocupado. Se había convertido en un hombre peligrosos… tal vez demasiado.

Sin hacer caso de nadie salió del saloon. No se fijó en nadie, ni tan solo en una jovencita que le miraba llena de admiración. Se trataba de Vera O’Kane.

TRES

Avanzaba solo, sin nadie que le protegiera, vista vigilante y manos y brazos caídos hacia los revólveres. Andaba con paso firme, sigiloso, dispuesto a disparar a la primera ocasión.

Esta no tardó en producirse. Avisado, Timmey dispuso de todos sus hombres. Billy negro, Stanley, Jou Martin y Rock Douglas. Una excelente cuadrilla de pistoleros sin escrúpulos.

El chasquido de un rifle le hizo tirarse al suelo, al tiempo que una bala silbaba sobre su cabeza. De un gran salto, se parapetó tras una carreta. Billy descubrió su cabeza para disparar, pero la certera puntería de Rex acabó con el pistolero.

Timmey animaba a sus hombres. Rock Douglas y Martin saltaron de su refugio. Martin cubría a Douglas mientras que éste avanzaba sigilosamente. Dos proyectiles salieron de los revólveres de Howard. Douglas y Martin yacían sin vida.

- Ahora tú, Stanley, -gritó Howard.

Stanley se agachó al momento en que tres balas se incrustaran en la pared. La tercera fue más certera. El cuerpo de Stanley se dobló hacia delante muerto.
Timmey salió al centro de la calle.

- ¡Vamos Howard!. Si tienes valor te desafío a una pelea con los puños.

Rex salió de su escondite. Pero cuando se dio cuenta del engaño fue tarde. Sintió un agudo dolor en el vientre. En un supremo esfuerzo disparó sus revólveres. Las balas se estrellaron en el cráneo de Timmey. Vio caer Rex a su adversario. Con las dos manos intentó en vano taponarse la herida.

La vista se le nubló y cayó muerto en el centro de la calle. Nunca podrá la población de Waco rendir el homenaje debido a Rex Howard que sacrificó su vida por una causa justa, muriendo al intentar terminar su obra.


                                                               © Javier de Lucas