sábado

EL CARNAVAL DE LOS VIEJOS HEROES II

                                              
 

Link Galea, centro ahora de la reunión bebió un buen trago.
 
Recibió felicitaciones, abrazos y consejos de toda índole. Era evidente que el chico estaba orgulloso de su padre, como en realidad todos lo estaban. Por eso dijo:
 
-         No os preocupéis. Yo echaré de aquí a Giardella si se le ocurre poner los pies en el territorio, como mi padre lo hizo con Mecco, con Shivers, con Runnt…
 
Bob Galea rió, animoso, y consultó su reloj de bolsillo.
 
-         Bueno, amigos- dijo después-. Esta tarde me veréis la estrella en el pecho por última vez. Es hora de trabajar. En la oficina del sheriff mantiene su revólver preparado vuestro viejo sheriff.

Fue entonces cuando sonó la voz. Aquella voz tan conocida en todo el Sudoeste, en toda la frontera, la voz del hombre famoso de las manos rápidas.

-         Entonces disponte a usarlo, Bob,: Charly Giardella viene hacia acá.

TRES

-         No te metas en esto, hijo – dijo simplemente Bob Galea-. Yo soy el sheriff de San Carlos aún, y por tanto el único responsable de lo que aquí ocurra. Yo me enfrentará a Giardella, aunque sea lo último que haga en esta vida.

Sólo había cuatro hombres en la oficina del sheriff, aunque un buen número de ellos se agolpaba en la puerta, mirando con expectación a través del cristal. La noticia había corrido por todo el pueblo como reguero de pólvora, y había ansiedad en los rostros de los ciudadanos. El sheriff, su hijo, el ranchero Abel Grant y Link Marvin estaban enfrentados a un delicado asunto.
-         Tú no puedes salir – decía Grant al hijo del sheriff-. Eres inexperto para enfrentarte a un pistolero de la talla de Giardella…

-         ¡Pero mi padre no es el de antes – gritó colérico el muchacho.- ¿Es que no se dan cuenta?
Robert Galea sonrió.
-         Defendí la ley veinte años seguidos sin un fallo. ¿Por qué habría de fallar ahora? No temas, chico. Charly Giardella se irá, o se quedará aquí hasta que se pudra.

El joven Galea bajó la cabeza.
-         Mañana tú serás el sheriff- dijo Abel Grant – Entonces, tú tendrás que jugarte el tipo, y no tu padre. ¿Comprendes?
-         ¿Por qué?¿Es que no se dan cuenta que es absurdo? Bob Galea fue el número uno de Nevada, pero hace mucho tiempo de ello… ¡abran los ojos¡

Link Marvin miraba al sheriff y supo lo que iba a contestar.

-         Estás perdiendo el tiempo, muchacho.
Pero el otro insistió. Se plantó frente a Grant y escupió:

-         Cobarde. No le importa la vida de un hombre que lo dio todo, pero sí la del que aún puede ofrecerle su revólver.- Se volvió bruscamente y dijo
-          – Déjame, padre. Déjame salir a mí.
Abel Grant se había quedado asombrado, mientras Link Marvin contemplaba la escena familiar con evidente escepticismo.

-         Marvin ha dicho que Giardella viene con un solo hombre, y que su objetivo son los ornamentos de la Iglesia – contestó el sheriff bruscamente-. Aparecerán por la salida norte del pueblo, y yo les esperaré en medio de la calle. Quiero que nadie, absolutamente nadie, salga de su casa. ¿Entendido? La calle completamente desierta. Esa es mi orden.
Abel Grant salió de la estancia y dialogó unos instantes con los congregados ante la oficina. No hizo falta mucho para convencerles: en un minuto la calle se había quedado solitaria, como si el solo nombre de Charly Giardella bastase para lograrlo.

El silencio se había apoderado de todo el lugar. Un silencio hosco, repentino, como la propia noticia de la arribada de Giardella al pacífico pueblo.
Bob Galea se estaba preguntando qué significaba en realidad aquello. Un suceso más, el último a su cargo de defensor de la ley, o la gran prueba, la definitiva de su vida. También pensó si sus conciudadanos tomarían aquello por una simple labor del sheriff o se darían cuenta de quién era ya Galea, y de lo que sería capaz de hacer.

Link Marvin fumaba en silencio, y sus ojos se clavaban en la entrada del pueblo. El rostro curtido, los ojos grises ni siquiera se movieron, ni su expresión cambió cuando las palabras salieron de sus labios:
-         Ahí está Giardella. Y Lane le acompaña.

El joven Galea se volvió como una flecha, y sus ojos, a través del cristal, contemplaron la calle desierta y a los dos hombre que descabalgaban a la entrada del pueblo. Le pareció que aquello no era San Carlos, el tranquilo pueblo que conocía, que todo había cambiado definitivamente y que su vida tomaba un nuevo rumbo. Se preguntó si era valiente o era joven, si pensaba luchar para sí mismo o para los demás. Le pareció subyugador y a la vez temerario tomar una crucial decisión por sí mismo.

Pero no pensó. Era joven, y no pensó. En ese instante se creyó en el deber, en la obligación de demostrar quién era el hijo del sheriff. Por eso giró y dijo:
-         Saldré padre. Tanto si quieres como si no.
Luego sintió un fuerte dolor en la nuca. Vio sombras y luces durante un momento, después nada. Cayó al suelo sin un gemido cuando ya Marvin guardaba el revólver con cuya culata había abatido al hijo del viejo sheriff. Bob Galea nada dijo. Miró a su viejo camarada, a su amigo, pero nada dijo.
Miró su reloj, se despojó de la chaqueta y comprobó la cilindrada de su revólver.

Su viejo amigo. Allí estaba, frente a él, y fue cierto que Bob Galea se sintió más joven.

Veinte años más joven.

Sabía la respuesta antes de preguntar, pero sin embargo se creyó en la necesidad de hacerla. La emoción le embargaba, la extraña sensación que le dominaba y que le hacía vacilar era nueva, sin embargo, y en ella encontró Galea su verdadera edad.
La edad del miedo.

A Galea le pareció que Link Marvin no había cambiado. Sin nervios, como siempre. Era la imagen del hombre duro, impasible, frío y peligroso que fuera, que no comprendió y ahora menos que nunca.

Sabía muy bien que poco tenía que hacer frente a Giardella, tan poco como su hijo, rápido aunque inexperto. Y aunque conocía su inferioridad, aunque tenía miedo y se sentía viejo, algo dentro del pecho le gritó lucha, le brilló la luz que creyó extinguida del ansia de pelear, como antes, y ver a Marvin junto a sí, frente al peligro, le enervó.
Bob Galea, el sheriff de San Carlos, se ajustó las pistoleras, y por fin preguntó:

-         ¿Vienes, Link?

Hacía viento, mucho viento que azotaba la calle desierta. Era triste la tarde, de nostalgia, de recuerdos…, porque el pasado estaba allí en aquellos hombres, en aquellos viejos héroes, que solos, terriblemente solos, salieron a la calle en busca de la muerte.

CUATRO

¡ El tiempo pasado¡ Cuánta amargura sintió aquel viejo sheriff cuando el viento le golpeó el rostro, le trajo mil recuerdos, y la tarde triste, sin luz, del olvido, le pareció su propia vida ya casi en el ocaso.

El tiempo que no respeta, que pasa y deja al hombre convertido en viejo, al héroe en ruina, como en aquel momento en que su manos le pesaban y su vista había perdido agudeza.

El viento que soplaba, que traía recuerdos, y el viejo pueblo, su viejo amigo, no traspasaban, no lograban sin embargo minar aquel témpano de hielo, aquel hombre impasible, acorazado a emociones, que era Link Marvin, el pistolero. Por eso Bob Galea se sintió distinto a su compañero, se sintió ajeno a él y se dijo cuánto había cambiado, o quizá fuese la vida quien lo hiciera al tratarlo de distinto modo. Ya no eran los de antes, ya no pensaban igual, pero estaban juntos.

Juntos cuando Charly Giardella, a veinte pasos, se paró en seco y dio el alto a su compañero.

Link Marvin también pensaba.

Pero sus pensamientos que intentaban en vano penetrarle chocaban inútilmente contra su pecho, y lo que entonces se preguntó fue simplemente qué quedaba de aquel lejano Marvin sentimental. Lo único que sintió, como siempre, fue el resentimiento, la herida, la llaga que la vida le había hecho, y con ello calmaba sus recuerdos, sus principios, su llama de bien que aún le quedaba y que a veces le quemaba.

Link Marvin, el hombre duro, se dijo a sí mismo que ya no había nada capaz de hacerle cambiar.

Desde dentro de las casas, en las ventanas, tras las puertas, todo San Carlos vivía aquel momento con angustia, contemplando la calle desierta y los hombres quietos, a pocos pasos, dispuestos a matarse.

Los viejos héroes allí solos, juntos como siempre lo estuvieron, desafiando al mundo entero si fuese preciso, como si el tiempo no hubiese pasado por ellos y los hubiese cambiado. Y allí perdido, en un rincón a la intemperie, un ciego que miraba sin ver la escena, que fijaba sus ojos sin luz, con emoción, en la silueta de Link Marvin, el pistolero.

El que fue compañero inseparable de Bob Galea también le vio.

Recordó su frase, y algo dentro de él se estremeció, y sus ojos traspasaron los del viejo intentando comprenderlos.

“La vida se portó mal contigo, y tú te vengas escupiendo maldad por el corazón. Pero aún no venciste, viejo héroe. Yo haré que en el último momento de tu vida surja un rayo de luz en las tinieblas”.

Esa fue la voz sin sonido que Link Marvin sintió cuando sus ojos buscaron los del ciego, y cuyo mensaje tal vez no comprendió. La sensación, como en la mayor parte de su vida, chocó contra el sentimiento y dejó de existir. Lo único que entonces preocupaba a Link Marvin eran sus manos.

Las manos del hombre famosos que iban a moverse.

Todo el pueblo esperaba ese momento, cuando el viento soplaba cada vez más fuerte presagiando la tormenta.

Fue en ese instante cuando se oyó la voz sureña.

La voz de Charly Giardella.

Y lo que dijo, las palabras que pronunciaron, produjeron al sheriff la más tremenda sorpresa de su vida.

-         Buen trabajo Link; ponte a mi lado. Lo siento, Galea, estás solo frente a tres gatillos.

CINCO

¿Sintió dolor? ¿Miedo, tal vez?

A Bob Galea, el viejo sheriff, le pareció que le habían arrancado el alma de un solo golpe.

Nadie, ni siquiera los asombrados y expectantes ciudadanos que vieron el giro que tomaban los acontecimientos, pudieron nunca comprender hasta donde sintió Galea aquello.

Si sus ojos pudiesen reflejar lo que sufrió, la sensación que recorrió su cuerpo al ver a Link Marvin frente a él, es posible que nunca lo olvidasen.

Porque de un solo tajo se había partido la fuerza de Bob Galea, que allí solo, frente a la muerte, estaba indefenso.

¿Salió alguien en su ayuda?

¿Sus amigos?

Nadie lo hizo. Amigos de esos no tuvo el viejo sheriff.

El hombre que luchó en la vida al lado bueno, que puso la suya al servicio de los demás, se encontró al final solo, perdido, y rodeado en nutrida soledad de gentes extrañas. Pero aunque eso fue algo evidente, tangible, Bob Galea no lo pensó. Porque su mente se había parado, su cerebro no actuó y tan solo sus ojos, quietos, muy abiertos, fijos, taladraban los de Marvin sin querer comprender.

Aunque Marvin evitase mirarle, aunque sus ojos se desviasen y su figura evitase tomar aquella clásica postura del gun-man para “sacar”. Sí, Bob Galea estaba enfrente de la muerte confiando tan solo en sus propias fuerzas, vendido por su amigo y más viejo que nunca. Pero los hombres de verdad están dispuestos a todo por demostrarlo siempre, en cualquier ocasión y jugándose todo. Bob Galea, una vez más, hizo honor a su fama. Ni huyó, ni pidió clemencia, ni cedió un ápice de su terreno. Ni siquiera habló. Bajó las manos a la altura de los revólveres y se dispuso a luchar, como un viejo héroe que era, sin traicionar su pasado.

“Que en el último momento de tu vida surja un rayo de luz en las tinieblas”.

Eso pensó Marvin antes de “sacar”. Y cuando sus manos, aquellas famosas manos se dispusieron a entrar en acción, algo, lo más grande de su vida, se lo impidió.

Porque los ojos del hombre cansado, del hombre malo y sin conciencia la vieron, real y expresamente, en el porchado de tablas, mirándole aterrada desde el verde maravilloso, deslumbrante, de sus ojos.

Allí estaba Marge, el amor de su vida, allí estaba frente a él la imagen soñada, la imagen querida, todo lo que perdió, más que su propia alma, mirándole asustada como veinte años atrás, sin perder ni uno solo de sus encantos.

¡Ah, Link Marvin cambió entonces radicalmente por una luz vivísima  que le cegó y le indicó el camino.

El latigazo que recibió fue tal que por primera vez en veinte años deseó la lucha, amó la vida y sintió miedo a perderla. Cambió totalmente para él la existencia, el valor de las cosas, y mientras los ojos verdes le miraban sintió el más loco y tremendo impulso de vivir. Y actuó. Como solo Link Marvin, el pistolero, supo hacerlo.

De un salto se igualó a Galea, que atónito le vio venir. Le lanzó a tierra de un brusco empellón y giró. Solo y feroz.

En el mismo momento en que Lane y Giardella “sacaban”, Link Marvin, el más rápido pistolero que se viera, también lo hizo. Sus famosas manos bajaron vertiginosas, como antes, las estrías anaranjadas de los disparos brotaron fantásticas de sus revólveres y el aire se llenó de presagios y el olor a pólvora y a muerte lo inundó todo.

Link Marvin asombró al mundo cuando sus manos lanzaron plomo y fuego, brillaron en los disparos que le hicieron famoso, manos viejas quizá, pero animadas por un corazón joven ahora, un velo feliz en los ojos y otra expresión en el rostro, aliviada y redimida, que nunca antes se viera. Giardella y Lane se retorcieron como muñecos de carne, como fantoches de carnaval atravesados por los disparos del viejo pistolero, y pintaron de sangre el polvo de la calle cuando se desplomaron cosidos a balazos.

Link Marvin sintió el plomo abrasarle por dentro, quemarle la vida en el instante que sus dos enemigos ya no existían. El vómito de sangre tiñó de rojo su visión, la visión de aquella niña de los ojos verdes, como dos lagos, y de su viejo, su entrañable amigo que le atendía, que lloraba viéndole morir, desangrándose en el suelo.

Y eso fue lo último. Sintió pena al final de su vida, y su rostro tomó la expresión absurda, terrible y amarga de los hombres que no saben llorar.

El ciego, allí perdido e ignorado, lo veía todo con el alma.

Y Galea lloraba.

Su hijo no comprendió, no llegó nunca a darse cuenta de lo mucho que significó en la vida de un famoso pistolero sin conocerle.

Cuando la lluvia caía, primero en suave forma, luego con violencia, Bob Galea tomó en sus brazos el cadáver de su amigo y avanzó. Entre la gente que le rodeaba, bajo la lluvia y apretando contra su pecho el cuerpo de su viejo camarada, Bob Galea, el sheriff de San Carlos, con la voz rota por el llanto, gritó:

-         ¡Sombreros fuera¡ ¡Sombreros fuera para Marvin¡

Y todos le obedecieron. Hasta que llegó al final y se quedó solo, y entonces la lluvia, la tormenta, pareció envolverle junto a su amigo hasta hacerlos desaparecer, hasta borrarlos del horizonte de la tempestad.

Los viejos héroes elevaron a leyenda su historia, y cuentan los que lo vieron que la tormenta trajo ecos de las montañas, y que en la noche, mezcladas con los truenos, las palabras rotas, salpicadas de llanto, como las últimas y desgarradas notas de la triste sinfonía, volvieron a sonar:

-         “¡Sombreros fuera!” “¡Sombreros fuera para Marvin!”