domingo

EL CARNAVAL DE LOS VIEJOS HEROES I



UNO

Hacía tanto calor que hasta los perros se guarecían bajo los porches, exponiendo lo menos posible sus cuerpos a los implacables rayos del sol. La calle estaba desierta, polvorienta y amarilla, y la vieja iglesia mejicana, construida a la manera española como vestigio de colonización, era el único edificio a cuya puerta dormitaban un par de individuos mestizos, de blancas ropas y anchos sombreros de paja.

Las casas, en su mayoría de adobe y ladrillo a partes iguales, se disponían en una hilera de manera que el pueblo estaba constituido por una sola calle, cuyo final lo marcaba la vieja iglesia.

El calor sofocante parecía calcinar el polvo, los tejados de las casas y a aquella hora era improbable que nadie se aventurase a salir sin exponerse a ser víctima de aquellos feroces rayos.

Ni siquiera los mejicanos, habituados al clima, daban señales de vida, y tan solo dos, acurrados uno junto al otro en el pórtico de la iglesia, dormitaban plácidamente, tal vez porque aquel era el único sitio donde podían hacerlo gratuitamente.

Uno se llamaba Juan y el otro Pedro.

Juan fue el primero que vio al hombre, y Pedro fue el último. Por eso ellos son los únicos que conocieron a fondo la historia, la extraña historia que empezó cuando aquel hombre, a lomos de un potro de fina estampa, se quitó el sombrero, se pasó una mano por la frente para secarse el sudor y contempló, desde los ojos grises, aquel perdido pueblo. Lo primero que Juan observó fue su larga estatura, el pelo blanquecino y las arrugas que surcaban su rostro. Era un hombre casi viejo, pero sin embargo algo había en él que inspiraba respeto, quizá miedo. Juan se preguntó si serían sus ojos, fríos como un glaciar, de un color metálico y durísimo, o su revólver, un “Colt” del 38, que pendiendo de una funda muy baja se dibujaba a la izquierda del hombre.

Juan tardó en reconocerle. Fue cuando sus ojos se encontraron, en aquel preciso instante, cuando le vio en toda su magnitud. Había cambiado mucho, tanto que hasta para un observador nato hubiera resultado difícil reconocerle. Pero a pesar del tiempo transcurrido, del pelo blanco y el rostro marchito, estaban aquellos ojos inconfundibles, los más duros que jamás se vieron en la frontera, y aquel revólver, el mismo que causara sensación diez años atrás.

Juan puso un gesto de extrañez y susurró:

-         ¡Link Marvin¡ Ha vuelto… Link Marvin ha vuelto…

Nadie lo oyó, ni siquiera su compañero que dormitaba junto a él. Nadie oyó aquellas palabras, el nombre famoso que pronunciaron como un símbolo, y nadie puso atención en la llegada del hombre, que lentamente cruzaba la única calle.

Link Marvin, lentamente, acercó el caballo al porchado y desmontó, atando las riendas a un poste. Tenía las botas cubiertas de polvo, la cara sombreada por una barba de varios días y el pelo largo, que le asomaba por detrás del sombrero perdiéndose en el cuello. Ahora la boca le parecía tan áspera que apenas podía tragar, y sus ojos buscaron la casa, pequeña y blanca, que algo separada de las demás estaba casi frente a él. Dio media vuelta y en dos zancadas cruzó la calle, levantando una nube de polvo. Luego subió al porche, abrió la puerta sin llamar y se introdujo en la casa.

Una sensación agradable, de frescura le invadió, y la oscuridad fue también algo que hizo bien al jinete. Se quedó un momento quieto, intentando penetrar en las tinieblas, ver la habitación que ya conocía, pero que ahora no vislumbraba. Y sin embargo percibió el olor. Para un hombre que vive del peligro, cualquier sensación es fundamental. Sabía quién estaba allí, quién le estaba mirando con sus grandes ojos negros, con su rostro moreno y bellísimo, como él lo recordaba y que había tanto tiempo no veía. Link Marvin cerró los ojos y esperó oir la voz, dulce y tranquila, de aquella mujer que le miraba.

-         Link… has vuelto

Las palabras flotaron el aire, llenándole de melodía, de una sensación de paz. Marvin se preguntó cuánto tiempo hacía que no sentía aquello.

Avanzó unos paso, casi a tientas, hasta que vio la cabellera negra, suelta y ondulada de la mujer. Y vio sus ojos, tan grandes como antes, tan profundos y tan bellos, y entonces se quedó quieto, y su rostro tomó la expresión absurda, terrible y amarga de los hombres que no saben llorar.

-         Clara… - susurró.

Se había abrazado a él, suavemente, escondiendo el rostro en su pecho y dejando que las lágrimas cayesen por sus mejillas, mansamente.

Link Marvin movió la mano para encender un farol de petróleo pero ella se lo impidió.

-         No, Link. ¿para qué quieres verme ahora? He cambiado, he envejecido tanto que ya no me reconocerías.

-         Como tú a mí, Clara – contestó débilmente Link Marvin.- Veinte años dejan una huella demasiado visible.

Ella, sin embargo, no le oía.

-         Esperaba este momento, Link –dijo- Todas las noches te estaba esperando, mirando hacia la entrada del pueblo por donde tú te fuiste aquel día… pidiendo a Dios noche tras noche que regresaras, mientras se me iba pasando la juventud…

No quería que él la viese. Por eso hundía su rostro en el pecho del hombre, temerosa de encontrar sus ojos.

-         Sufriste mucho, Clara – dijo lentamente Link Marvin estrechándola contra sí. – Sufriste mucho y bien sabe Dios lo que yo también padecí. Hoy es distinto. Con el tiempo los hombres no se vuelven viejos, se vuelven malos. La vida nos hace fieras, y yo soy una fiera que lucha por la vida… hace veinte años me dejé aquí, junto a ti, el corazón y créeme que a fuerza de acostumbrarme he olvidado lo que es eso.

Link Marvin hablaba, y era cierto que sus palabras reflejaban su pensamiento. El hombre cansado de vivir, el eterno luchador enfrentado siempre a la muerte sintió, sin embargo, que aquel encuentro era algo que siempre había escapado a su férrea voluntad.

La sensación que le embargó aquel fugaz instante, tanto tiempo olvidada y creída muerta, le había llenado de un remoto mar de confusión.

-         Link, has vuelto… ahora, que es demasiado tarde.

Link Marvin, el pistolero, el hombre duro de las manos rápidas, se sintió distinto. Allí, en aquella habitación, se vio dominado por una ola de ternura, de felicidad, que jamás creyó volver a sentir. Su boca buscó con ardor la de la mujer, y por un momento creyó soñar. Se sintió joven y bueno, y sintió asco de sí mismo. Luego se recobró. Se deshizo del abrazo y dijo:

-         ¿Y Bob?

Seguía con los ojos cerrados, pero ya era dueño de sí mismo. Esperó a que ella hablara, con su voz cantarina, dulce, que nunca podría olvidar.

-         Él fue distinto, Link – dijo- cuando tú te fuiste hace veinte años, más de uno dijo que le vieron llorar… pero siguió aquí siendo nuestro sheriff, formó su hogar y vivió feliz… hoy le jubilan por la edad, Link.


Eso cogió desprevenido al pistolero. “Hoy le jubilan por la edad”. Vio a Bog Galea, el hombre más rápido de toda Nevada recibiendo una palmada de un joven que le dice “Suerte, viejo, a vivir ya sin preocupaciones”, y entonces miró sus manos. Aquellas famosas manos que hicieron furor en la frontera y que ahora temblaban, como las de un anciano.

 Link Marvin sintió entonces ansia de matar, de demostrar al mundo que el tiempo no contaba para él. De asombrar, de confundir a todos como antes, como aquel día en que él y Bob Galea limpiaron a tiros el pueblo de Salt Lake. O como el día en que él y Bob Galea atraparon a Corbett y a su banda en Amarillo. O cuando Galea y él, o él y Galea, frieron a balazos a “Fish” Allison y sus hombres., en la frontera de Nuevo Méjico. O cuando… Podía seguir recordando eso y mucho más, pero sus recuerdos le torturaban más que hacerle bien. Ahora oyó las palabras que alguien pronunció, veinte años atrás en aquel mismo pueblo, y que él escuchó:

“Pobre Galea. Desde que se separó de Link Marvin y se hizo sheriff de San Carlos, la banda de Wilt Mecco no deja de buscarle. Esta tarde llegan, y es posible, que sea el fin de Bob Galea”.

Recordó cómo se escondió cuando Mecco y sus dos hombres, se enfrentaron a Bob. Cómo oyó las palabras del sheriff a alguien que, espantado al ver tres enemigos contra uno, preguntó: “¿Dónde va, sheriff? “Al carnaval” contestó. “Me invitan a una fiesta de carnaval y he de asistir. Lo único que siento es que a Link Marvin no le hayan dado invitación”.

Pero Marvin estaba allí. Salió disparando su “Colt” del 38, y juntos, una vez más, vencieron. Después…

Link Marvin apartó bruscamente los recuerdos, como si con las manos pudiera hacerlo. Allí, en la oscuridad se veía impotente para rechazarlos, y se apoderaban de él sin darle tregua. Las sombras le vencían, en ellas se sentía débil y viejo, y por eso las odiaba con todas sus fuerzas cuando éstas le embargaban en las noches sin luna.

La pregunta que pugnaba salir de sus labios le hacía daño en la garganta, le quemaba casi, como si el tiempo se hubiera parado y los sentimientos fueran los mismos. Al fin habló trémulamente:

-         ¿Y Marge?

Clara entornó los ojos, tal vez con amargura o tal vez con cansancio.

-         Murió – dijo- y le dejó a Bob dos hijos. Link y Marge. Link Galea es el nuevo sheriff, hoy, de San Carlos.

“El bueno de Bob… le puso Link a su hijo, como me lo prometió”.

-         Debe ser un muchacho – dijo Marvin con voz ronca – Ni siquiera tendrá veinte años.

-         Pero aseguran que es un gran tirador. Como lo fue su padre en sus años mozos, o como lo fue Link Marvin, su eterno compañero.

Ahora todo había cambiado. Se sentía incómodo en aquella pequeña habitación y sintió la necesidad de salir. Dio la espalda a Clara, a la oscuridad, a sus recuerdos, abrió la puerta y murmuró sin volverse:

-         Adiós, Clara. Algún día nos volveremos a ver.

Y Clara, allí sola, siguió esperando.

DOS

Link Marvin cruzó la calle al compás de sus largas piernas, y de un salto alcanzó el porchado. No había nadie en todo él, y después de cerciorarse, echó a andar hacia el Saloon, que estaba diez casas más abajo.

Sus pasos resonaban en la madera con un crujido lastimero, y eso tan solo bastó para desviar del momento la imaginación del pistolero. Allí estaba Link Marvin andando por el porchado, con una estrella en el pecho, y allí estaba, junto a él, Bob Galea con la insignia nueva de sheriff, dispuestos como siempre a batirse codo a codo contra los fuera de la ley. Marvin-Galea, o Galea-Marvin, rurales, detectives, agentes, soldados, tiradores, pistoleros, alguaciles, y siempre juntos, hasta veinte años atrás, el mismo día en que Marge…

Luego Link Marvin, el hombre duro de las manos rápidas, se fue. Marvin, el pistolero, huyó de allí y nadie supo porqué, después de tantos años, abandonó a su mejor amigo. Y después… ¿qué pasó después? ¿qué fue de Link Marvin sin Bob Galea a su lado?

Veinte años solo, con un revólver en la izquierda y una herida dentro del pecho. Los hombres se vuelven fieras, devoran a quien se enfrentan y terminan devorándose ellos mismos. Ahora Link Marvin se reía estúpidamente de su propia vida, de él mismo, y sentía una morbosa delectación al despreciarse.

Fue en ese momento cuando sonó aquella vocecilla:

-         Link Marvin. Tú... has vuelto.

No había nada frente a él ni a su espalda. En el suelo, a sus pies, estaba un viejo cuyos ojos le miraban fijamente.

-         ¿Quién eres? ¿Cómo me conoces?

El viejo seguía mirando, tan directamente que Marvin se estremeció. Había algo en él que le desconcertaba.

-         Mi nombre es Carlos – contestó- y tus zancadas son inconfundibles para aquel que hace del oído su gran sentido.

Aquel viejo estaba ciego, y tenía una barba blanca y larga como una cascada de nieve. Link Marvin preguntó:

-         ¿Sabes dónde puedo encontrar al sheriff Robert Galea?



Y el viejo contestó con unas extrañas palabras:
-         El pueblo festeja su jubilación con una gran comida en el Saloon. Pero no le vendas, amigo. La vida se portó mejor con él que contigo, y aunque tú sufriste más en esta vida aún puedes ganar un tesoro en el cielo.
El pistolero achicó los ojos, incrédulo, y agarró de la camisa al mendigo:
-         ¿Qué dices loco? ¿Qué sabes tú?
El ciego, sin embargo, mantuvo idéntica su expresión, entre dura y beatífica:
-         Atrás Marvin. Aún estás a tiempo. Descansa, viejo héroe, lo necesitas.
Link Marvin sintió primero sorpresa y luego furia. Al fin soltó al ciego, bruscamente, y se alejó.
-         Loco… - solo dijo.
El Saloon no era el de antes. Este era nuevo, tenía una fachada llena de colorines y unos grandes batientes pintados de dril. Sin embargo, se parecía al antiguo, y en realidad, San Carlos entero no había cambiado. En veinte años era sorprendente lo poco que cambian las cosas y lo mucho que lo hacen las personas.
Link Marvin empujó con mano firme las puertas, y vio ante él una enorme mesa donde más de cincuenta comensales se apiñaban en estático silencio. Sus ojos grises barrieron la estancia, desde la semioscuridad donde se encontraba y no podía ser visto, y se detuvieron bruscamente, con tremenda excitación, en el hombre corpulento que presidía, en pie, toda la mesa.
Aquel anciano era Bob Galea, el que fue primer gatillo de Nevada. Desvió la mirada un instante, buscando caras conocidas que no lograba encontrar. Miró al suelo, cerró los ojos, sintió vergüenza y enseguida se recobró. Luego, más tranquilo, con aplomo, levantó la vista y contempló a Bob Galea. Su rostro tenía la expresión absurda, terrible y amarga de los hombres que no saben llorar.
-         Fuimos uña y carne, amigos. Jugamos juntos todas las bazas, llevamos los mismos triunfos y siempre ganamos – decía en ese momento Bob Galea – Marvin y Galea fueron uno solo, invencibles, la más perfecta sociedad que jamás existió.
Hablaba con esfuerzo y estaba visiblemente excitado. Sus ojos cansados, sus temblorosas manos, ¿qué había sido de aquel temible pistolero?. Ahora más bien parecía un viejo ranchero acaudalado, con un prominente estómago y su levita.
-         Link Marvin fue mi mejor amigo, el hombre más rápido que conocí con un revólver en la mano. Nadie supo nunca quien fue, en realidad, más rápido: Marvin o Galea.
Hubo un murmullo de aprobación, de interés por las palabras del homenajeado, que en el clásico discurso seguía ostentando la estrella de cinco puntas. Alguien, en ese instante, se levantó. Marvin reconoció a Dexter, un experto jugador.
-         Yo presencié la lucha que sostuvieron contra Mecco y sus hombres. Galea salió solo, y aseguró que iba a una fiesta de carnaval. Mecco se confió y entonces salió Marvin. ¡Santo Dios, cómo disparaba¡ Wilt Mecco se debió romper por una docena de sitios… Luego Link Marvin se fue y no supimos nada de él. Robert Galea fue nuestro sheriff durante veinte años, fundó su hogar y fue uno más de nosotros. Fue un héroe para este pueblo, y ahora que le llega el momento de descansar es Link Galea, su hijo, el que con más derecho llevará la estrella y la estirpe de su padre.
Unos gritaron y otros aplaudieron. Todos estaban con el viejo sheriff, como el pastor protestante, cuyos gritos sobresalían de los demás.
Link Marvin miraba fijamente al hijo de Galea, como intentando descubrir un parecido que no veía. El joven en pie, correspondió a los saludos y abrazó a su padre, mientras poco a poco cesaba la algarabía. Entonces Bob Galea se aclaró la voz, impuso silencio y siguió hablando, como un viejo capitán a sus soldados:
-         Amigos, los hombres nacen, viven para bien o para mal, y mueren. Hay algunos que pasan por la vida de manera vulgar, fugaz y sombría. Nadie repara en que viven, y muy pocos les recuerdan cuando mueren. No voy a hablaros de mí, porque ya me conocéis, porque la vida me dio cuanto pedí y ahora, al final, aunque me siento viejo, también soy feliz y no añoro nada del pasado. Sin embargo, yo sé que un hombre cuando mire hacia atrás, verá su máximo deseo deshecho, y es de ese hombre, el único que admiré en toda mi vida, de quien voy a hablaros.

         La historia es sentimental, y nunca antes la referí. Al hombre todos le conocisteis. En este día, en que la estrella me pesa y el revólver se me hace extraño, en este día quisiera con toda mi alma tener junto a mí a dos personas queridas, los protagonistas de esta historia, mi mujer, Marge, y mi mejor amigo: Link Marvin.
Descansó un instante para tomar un vaso de agua. En el fondo, en un ángulo invisible, estaba Link Marvin con los ojos cerrados y un nudo en la garganta.
-         Hace veinte años Link y yo llegamos a San Carlos, y decidimos ocupar los puestos de la ley por una temporada. No teníamos dinero, y el pueblo necesitaba sheriff desde que Wilt Mecco liquidó al anterior. Entonces conocimos a una chica: se llamaba Marge y era la criatura más maravillosa que jamás conocimos. Creo que nos enamoramos de ella al mismo tiempo. Después de pasarnos la vida con el revólver en la mano, nos sorprendimos de aquella reacción. Marvin y Galea no habían tenido nunca un problema de aquella clase. Estaban desconcertados. Y los dos la queríamos con todas nuestras fuerzas.


         Pienso ahora que fui egoísta, que acaso traicioné aquella amistad por el amor de Marge, pero vi en ella todo lo que un hombre pudo soñar encontrar en una mujer. Marvin también. Link Marvin, el hombre frío y sin nervios, se volvió distinto por ella. Al principio no sabía mis sentimientos; un día me dijo: “Bob, esta vez me caso… te quedas sin guardaespaldas, amigo”. Luego se dio cuenta. No pude evitarlo, porque saltaba a la vista, y un día comprobó que yo también la quería. Entonces, amigos, Link Marvin, que había encontrado la única mujer de su vida, la dejó. Hizo algo tan grande por mí, que nunca lo podré olvidar; su salida de San Carlos fue la despedida del hombre más extraordinario que jamás conocí.
Se quedó mudo, de repente, mientras los demás le miraban poniendo toda su atención. Incluso su hijo, ganado por la confesión, estaba pendiente de sus palabras.
Era conmovedor ver a aquel viejo luchador con los cansados ojos llenos de lágrimas y las manos temblorosas recordando el paso y poniéndose sentimental.
Link Marvin, entonces, estaba pálido, pero su expresión era dura y sombría. “La vida se portó mejor contigo, Bob” pensó, y sus ojos se achicaron, buscando los de su viejo amigo. Robert Galea alzó la copa, se pasó un brazo por la cara y chilló:
-         ¡A la salud del nuevo sheriff¡ ¡ Por la juventud, amigos míos¡
Y bebió, como todos los demás, puestos en pie como un solo hombre y emocionados ante la despedida.
Faltaban tan solo ocho horas para que Bob Galea dejara de ser el sheriff, y Link, su hijo, se prendiese en el pecho aquella placa que nunca se humilló en veinte largos años.
-         ¡Saludos para Link Galea¡ - exclamó Dexter con su copa en alto- ¡Brindo porque desde mañana imponga la paz que su padre siempre impuso, y porque Dios le de fuerzas para ahuyentar de San Carlos a indeseables y pistoleros¡
-         - … como Charly Giardella¡ - remató una voz.
(Continuará)